EN UN TREN DE CERCANÍA
Hoy no viaja tanta gente. Al parecer todo el mundo se ha ido de vacaciones, se decían dos amigos que volvían de un pueblo cerca del suyo, cuando se dieron cuenta de una mujer que estaba en el andel para subir en el tren. Era una mujer mayor… bueno, no se sabe si en realidad era mayor o era la forma de vestir y el peinado, pero llamaba la atención. Se subió al vagón y se sentó frente a los dos amigos, no sin antes saludarlos con respeto y educación.
-Buenas tardes. ¿Está ocupado?
-No. Puede sentarse si lo desea.
Los dos hombres cogieron dos bolsas que había sobre los asientos y se disculparon. La mujer no era una mujer mayor, sino todo lo contrario. Era joven y muy guapa.
-Perdone. Como no había nadie lo hemos hecho servir nosotros, pero ya está.
El hombre que hablaba se quedó impresionado por la belleza que tenía frente a él y tubo que disimular para que su amigo no se diera cuenta. La mujer sacó un abanico y empezó a hacerse aire. El hombre comentó.
-Hoy hace mucho calor y el aire acondicionado del tren se ha estropeado y no funciona.
-Siempre pasa eso, que cuando lo necesitamos se estropea -dijo la mujer-. He venido de prisa porque si no es así lo hubiese perdido y ahora estoy acalorada por el esfuerzo.
El otro hombre observaba a su amigo y a la mujer y pensaba en la conversación tan simple que habían sacado. Y todo para hablar de algo y mirarla mientras hablaba, porque de guapa tenía un rato… valla, que era bonita y joven como a su amigo le gustaba.
-¿Vas lejos? -proseguía el hombre.
-No, voy aquí cerca por asuntos de trabajo.
-Ah. Pensaba que eras de aquí y resulta que vienes en busca de trabajo.
-Sí, empiezo en septiembre de maestra.
-¿De maestra? -preguntó el hombre que hasta entonces iba callado-. ¿No Irás a la pobla?
-Sí. ¿Ustedes también van al mismo sitio?
-Somos y vivimos en la Pobla -se apresuró el hombre primero antes que su compañero contestara, con la alegría en la cara sin poderla disimular.
-A lo mejor tendremos la ocasión de vernos cuando valla a buscar a mis hijos.
-Pues si tiene hijos lo más probable es que nos veamos.
Los tres rieron como si se conocieran toda la vida.
-Me voy a presentar. Me llamo Alberto y mis hijos Iván y sara.
-Yo me llamo Javier y soy soltero.
-Yo me llamo María y… soy viuda.
-Valla, cuanto lo siento.
Contestaron los dos amigos a la vez. La sonrisa de María desapareció de su rostro que dio paso al de la tristeza, que le acompañaba siempre desde aquella noche que jamás olvidaría.
-¿De enfermedad? -preguntó Javier.
-No. Murieron de accidente de tráfico nuestro hijo y él. Yo tenía reunión en el colegio y mi marido fue a casa de sus padres. Al volver un camión se le echó encima…
-Esto sí que es triste -añadió Alberto-, por eso, vamos a cambiar de tema y darle la bienvenida a esta hermosa mujer, que además de bonita es buena y se merece nuestro apoyo, que aunque no lo olvide, se sienta bien con nuestros hijos y pueda enseñarles y educarlos como si fueran suyos.
-Sí, eso me ayudará. He pedido el traslado aconsejada por el psicólogo, a ver si me siento mejor y lo olvido un poco.
-Con nuestra ayuda lo va a conseguir. Con nuestra ayuda y la ayuda de mi amigo Javier, aquí presente, que es una buena persona y simpático.
Tan entusiasmados estaban, que no se dieron cuenta que se habían pasado de estación.
Piedad Martos Lorente
1 comentario:
Qué hermoso relato, Piedad. Has logrado capturar con delicadeza ese instante cotidiano que se transforma en algo extraordinario. La manera en que los personajes se descubren, se abren y comparten sus historias me ha conmovido profundamente. María, con su dolor a cuestas, encuentra en Alberto y Javier no solo amabilidad, sino una promesa de nuevos comienzos. Me ha encantado cómo, sin artificios, nos llevas de la curiosidad inicial al afecto sincero. Gracias por compartir esta historia que nos recuerda que incluso en los trayectos más rutinarios puede surgir la magia de la empatía.
Un fuerte abrazo de domingo
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