Era un día de verano y hacía mucho calor. Andar por aquel secano era sofocante, por no decir imposible.
Estaba todo muy seco. El camino que atravesaba el monte era puro polvo y matorrales desechos por la sequedad. A penas había sombras de los pocos árboles que quedaban resistentes a la sequía, pero con las hojas caídas por la falta de agua.
Un señor bien entrado en años, al ver lo que sus ojos miraban, exclamó con lágrimas en su rostro.
*
Chorros de agua en cascada
en otros tiempos mis ojos veían,
como el agua regaba
las florecillas que por aquí había.
Gozaba de venir en primavera
y ver las flores de mil colores,
en redadas en sus ramas
como arbustos de amores.
Aquí abajo había un lago
y a su alrededor todo estaba verde,
que solo verlo tan grande…
la intensidad se pierde.
Eran tantas cosas hermosas
lo que aquí se respiraba…
ahora es un desierto
que buscas, pero no encuentras nada.
*
El buen hombre seguía llorando
de pensar en lo que fue y en lo que había quedado,
con los ojos miraba al cielo
y de pronto se hizo el milagro.
Llovía agua en caudales
y se hizo la cascada,
los árboles resucitaron
y la maleza quedó en nada.
Del suelo brotaban semillas
como recién sembradas,
mostrando sus frutos al viento
con flores perfumadas.
Los arbustos florecieron
y todo tenía color,
no importaba que fuera verano
y que hiciera calor.
Era el día del milagro
el día de lluvia temporal,
como llovía en antaño
cuando había agua en raudal.
*
Piedad Martos Lorente