DESPUÉS DE LA TORMENTA…
La mañana estaba espléndida y las flores del Arriate radiaban alegría ante los rayos del sol, que acariciaba suavemente lo que encontraba a su paso por la tierra. Las gotas de agua, aún recientes por el chaparrón de la tormenta que había caído, adornaban los colores de las plantas como perlas de cristal. Los pétalos humedecidos todavía, invitaban con sus diferentes coloridos y aromas a contemplar tanta belleza. Y, es que, después de la tormenta viene la calma, se decía una mariposa gigante, que se quedó sorprendida al ver la frescura de las flores limpias y sedosas. Ésta, se paseaba de un lado a otro, respirando el perfume de las plantas y la tierra mojada, que hacían una mescla de olores a jardín y monte.
La mariposa, se posó sobre una margarita, confundiendo sus colores y quedar desapercibida. Al poquito rato de estar reposando tomando el sol, vio llegar a un caracol, que sin pérdida de tiempo se subió por el tronco hasta llegar a una frondosa hoja verde. La mariposa le llamó la atención.
-¿Caracol? ¿Qué haces?
-¡Aay, que susto me has dado! ¿Donde estás, mariposa, que no te veo?
-Primero te he preguntado yo, así que contéstame tu y, después, te contestaré yo.
-Bueno, yo… yo tenía mucha sed y me estaba comiendo una hoja, están tan fresquitas y limpias, que…
-Vete de aquí y come hierba, que también quita la sed, y deja las plantas de las flores y no las estropees, que son muy bonitas.
-Bueno, bueno, ya me voy, pero no me has contestado, ¿donde estás?
-Jajaja, ¡adivínalo! ¡Jajaja, no me ves!
De aquella planta se fue a otra planta y observó detenidamente, como un gusanito subía por el tallo de la flor, gozoso de llegar a sus coloridos pétalos. pero antes de llegar a ellos, la mariposa le gritó.
-¡Gusanito, vete de aquí, que estás haciendo daño!
El gusano, al oír aquella voz decidida, se le fue un respingo y cayó al suelo, dándose un golpe en la cabeza, que estuvo mareado un rato.
-¿Qué te ha pasado, gusanito, te has caído? Le preguntó el caracol.
-Sí, me he asustado y he caído rodando, pero ya estoy bien.
-Yo también tuve que bajar de prisa con lo bien que estaba, pero al parecer hay una mariposa guardando las flores que es igual que ellas. Hay tantas y variadas en tamaño y color, que…
El gusano no la dejó acabar la frase.
-Pues si yo me hubiese dado prisa no me hubiese visto, porque me hubiera metido en la cueva que estaba haciendo en el tronco de la planta.
-¿Una cueva? Pues lo tuyo es más grave que lo mío.
La mariposa estaba oyendo la conversación del caracol y el gusano, cuando le vino una idea, que le hizo cambiar de actitud. Con voz autoritaria y mando, les dijo.
-Gusano y caracol, habéis cometido una falta de respeto hacia las flores que yo cuido y eso no tiene perdón. La próxima vez que os vea subiendo por los troncos haciendo daño, os llevaré a la comisaría para que os castiguen. Las flores están para hacer bonito y adornar el campo, y yo soy la vigilante de tal gozo.
El caracol se disculpó, pesaroso por lo que había hecho.
-Perdona, mariposa, no volveré hacerlo más.
-Eso espero, amigo caracol.
El gusano, pensando en el castigo que le podían aplicar, se puso tan nervioso que no atinaba a decir nada.
-Yo, yo… yo no… no sé…
-Que es lo que tú no sabes, ¿lo que has hecho en el tronco de la planta? Querías hacer una cueva y esconderte en ella, ¿no es eso?
-No, no quería…
-¡No mientas, gusano mentiroso, Y ahora vete, que no quiero verte!
El gusanito, asustado, se fue de allí a toda prisa, escondiéndose en un agujero en la tierra. Mientras, el caracol lo hacía en la yerba. La mariposa siguió volando por encima de las flores y, disfrutando del espléndido día.
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Piedad Martos Lorente