domingo, 24 de noviembre de 2013

AHORA TOCA UN CUENTO

   

EN UN RINCÓN DEL PLANETA

 

Hubo una vez un país muy pequeño en un rincón del planeta llamado el país de la ignorancia, no porque sus habitantes fuesen incultos, sino porque ignoraban los adelantos de otros países más desarrollados que el suyo.

Ellos no tenían escuelas, ni centros de recreo, ni cines, ni teatros ni discotecas. Los jóvenes eran educados por sus mayores los cuales se cuidaban de enseñarles un comportamiento correcto hacia los demás, sobre todo a saber respetar y a trabajar honestamente y vivir con dignidad dentro de las posibilidades que ofrecía el lugar.

Los pequeños no conocían la violencia porque vivían lejos de la agresividad y la maldad con la que se encontraban en otros lugares y, por esa sencilla razón, le llamaban el país de la ignorancia, porque ignoraban la forma de vivir de otros compatriotas. Ellos no necesitaban abogados que los defendieran porque la paz reinaba entre ellos y no tenían pleitos que defender. Bastaba un apretón de manos para sellar una palabra y esto valía más que todos los documentos del mundo. Tampoco necesitaban jueces que juzgaran sus delitos, ya que no cometían ninguno. Sabían muy bien lo que estaba bien y lo que estaba mal, por lo tanto, cada uno ejercía sus derechos sin molestar a nadie.

Llevaban una vida sana, sin agobio ni contaminación por lo que tampoco existían enfermedades graves, así que les bastaba con un médico para cualquier resfriado o alguna otra cosa sin importancia.

 

Un día, asqueado por la impunidad del mundo, llegó un señor a dicho país. Tenía buena presencia y era de trato agradable, iba bien vestido y poseía una piel fina y delicada, no como los de allí que tenían la piel curtida por el aire y el sol.

Al advertir su presencia, los muchachos y muchachas del lugar salieron a su encuentro con el fin de ofrecerle aquello que él necesitara.

-Buenas tardes, señor.

-Buenas tardes tengáis todos.

-¿Necesita algo?

-¿En qué le podemos ayudar?

-¿Viene a quedarse aquí?

-¿Vive solo?

Las preguntas le llovían sobre sí, sin darle tiempo a contestar.

-Sí, vivo solo y mi intención es de quedarme aquí por un tiempo para descansar de la contaminación de la ciudad y de sus ruidos, si es que encuentro vivienda, claro está.

El hombre, no sólo era bien parecido, sino que hablaba perfectamente, pronunciando todas las letras en cada una de las palabras de su corto diálogo con los muchachos. Éstos quedaron admirados al oírle hablar con tanta delicadeza, ya que era la primera persona de fuera con la que ellos cruzaban unas palabras.

Juan, el más pequeño del grupo y el más atrevido, le sugirió:

-Nosotros tenemos una casa muy grande y nos sobra sitio. A lo mejor, mis padres le prestan una planta mientras esté usted aquí.

-Ah, sí, ¿y dónde vives tú?

-En aquella casa de allí –indicó el niño alargando el brazo en dirección al edificio. El hombre recreó la vista en el inmueble mostrando interés por adquirir una de las plantas deshabitadas.

La casa tenía dos plantas más la planta baja, con vistas a la montaña y al río que descendía de ella.

El recién llegado, guardó silencio mientras ojeaba el lugar detenidamente, observando los detalles del paisaje. Los niños aguardaban impacientes la decisión que fuese a tomar.

-Está bien, luego nos vemos.

Se despidió de los muchachos, subió en su vehículo, lo puso en marcha y circuló despacio, primero por las calles del pueblo y después por los carriles que le llevarían al campo, lugar de trabajo de los hombres de aquel país.

 

Cuando el sol se escondía en el horizonte tras un manto rojizo, alguien golpeó suavemente con el llamador de hierro, que figuraba una mano, sobre la puerta de Juan. El niño exclamó:

-¡Es él! ¡Es el hombre de esta tarde!

-¿Qué hombre? -preguntó su padre.

-Es un señor muy elegante y fino al hablar, que ha venido de muy lejos y busca una casa donde vivir y descansar de los agobios de su ciudad. Yo le dije que nosotros tenemos vivienda de sobra y que a lo mejor se podría quedar aquí.

-Está bien, voy a ver quién es.

Pedro, el padre de Juan, abrió la puerta y se encontró frente a su visitante, que muy amable le saludó extendiéndole la mano.

-Buenas noches, señor. Me llamo Vicente Garrido y busco vivienda para pasar unos días en este maravilloso y magnífico lugar. Me ha dicho el muchacho que ustedes tienen sitio de sobra y, la verdad es que me gusta la vista que tiene la casa. El paisaje que la rodea alegra la vida.

Pedro respondió al saludo de igual modo confirmándole lo que el niño le había dicho.

-Es cierto, tenemos la planta baja deshabitada. Es una vivienda confortable pero sencilla y sin lujos, no sé si a usted le va a gustar. Quizá esté acostumbrado a otras comodidades.

-No importa, yo quiero vivir como viven ustedes.

Vicente aceptó los acuerdos que le propuso Pedro y éste estrechó su mano.

-Trato hecho.

-Bueno, tendré que firmar algún papel, ¿no?

-¿Papeles? Aquí no se firman papeles, señor, basta con nuestra palabra, palabra de hombre, o... ¿es que usted no la tiene?

-Por favor, señor Pedro, lo digo por su tranquilidad.

-¡Ea, no se hable más!

 

María, la mujer de Pedro, sería la encargada de hacerle la limpieza, así como de lavarle y plancharle la ropa.

 

La vivienda disponía de un salón grande, dos dormitorios, cocina y cuarto de baño, suficiente para lo que él buscaba. Delante de la entrada a la casa, tenía un poco de jardín en el que lucían una variedad de flores que embellecían la antigua obra de la fachada.

El paisaje que presenciaba era tan hermoso, que parecía que estaba contemplando el cuadro más bonito del mejor pintor del mundo.

Era el lugar ideal para Vicente. Allí encontraría lo que él buscaba, una vida tranquila y relajada, respirando el aire puro del campo. Sin embargo, después de llevar unas semanas disfrutando de la naturaleza, necesitaba hacer algo que no le fuera muy pesado, algo con lo que sentirse útil durante su estancia y responder a la amabilidad con la que le habían recibido todo el pueblo.

-Sería conveniente dedicar unas horas de las veinticuatro del día, a hacer alguna actividad -pensó.

 

Dado que Juan mostraba interés por todo aquello que él desconocía y pasaba varios ratos a su lado haciéndole preguntas, pensó en dedicar las tardes a la enseñanza, ya que durante las mañanas se iba a pasear por la montaña, y así enseñar a los niños y a las niñas del vecindario, aquello donde no alcanzaban los conocimientos de sus mayores: Geografía, Historia, Ciencias, Matemáticas, Lengua, etcétera.

 

Era evidente el entusiasmo que los niños y los jóvenes manifestaron ante su idea, haciéndose presentes todos los días con el fin de aprender y adquirir conocimientos ignorados por toda la población.

Deseaban que su país dejase de llamarse "El país de la ignorancia", y eso solo lo podrían lograr ellos estudiando y aprendiendo las nuevas tecnologías.

 

Vicente corregía el texto que acababa de dictar.

-"Bonito" se escribe con be, y "verde" se escribe con uve.

-¿Don Vicente? -preguntó Juan- ¿Por qué, "bonito" se escribe con be y "verde" se escribe con uve?

-Son reglas de la ortografía.

-Pero cuando usted pronuncia estas dos palabras, y eso que usted habla mejor que nadie, yo no noto la diferencia entre una palabra y la otra porque las dos suenan igual.

-Tal vez, pero para escribir perfectamente es necesario hacer uso de esas reglas. "Hermano" se escribe con hache igual que "hoy" -continuó Vicente-, "ayer" se escribe sin hache...

-¡Uf! -exclamó de nuevo el pequeño Juan- Yo no entiendo nada, ¿por qué "ayer" se escribe sin hache, y "hoy" con hache?

-Ya te lo he dicho, son reglas de la ortografía.

-Sí, eso ya me lo ha dicho, pero si todas estas palabras se pronuncian igual con hache que sin hache...

 

-La hache, en nuestro idioma es muda, y no habla por sí sola si no es acompañada de la ce.

-Ah, ya sé. Chocolate, churros, leche, chorizo, fachada...

-Exactamente. ¿Lo tienes claro, Juan?

-Un poco más, pero no me convence mucho eso que una palabra se tenga que escribir con hache, si ésta no habla.

Vicente continuó.

-Prosigo, y tomad buena nota. "Tejer" se escribe con jota, y "girar" se escribe con ge.

Los muchachos, pendientes a lo que Vicente explicaba, no salían de su asombro. Dos letras con el mismo fonema de nuevo les llevaban a la confusión. Ramón exclamó tímidamente:

-¡Mama mía! ¡Qué difícil es esto de escribir perfectamente! Yo escribo todo con la misma letra.

-Pues yo no sé si algún día aprenderé todo lo que nos enseña don Vicente -comentó Carlos, a lo que contestó Mónica:

-Podríamos aprender mucho más si tuviéramos libros para estudiar en casa.

-Mónica tiene razón -afirmó Vicente-, si tuvierais libros podríais estudiar y sería más fácil para vosotros.

 

-Pero los libros cuestan dinero y, yo no puedo pedirles a mis padres tal cosa -dijo Nieves, que hasta el momento sólo observaba lo que allí se decía.

-Pero se puede pedir al Ayuntamiento que os haga una biblioteca -sugirió Vicente.

 

Llegó el otoño y Vicente no encontraba el día de volver a su ciudad, pues se encontraba tan a gusto en aquel lugar que hasta se olvidó de lo que había planificado a su llegada. Además, los chicos estaban tan entusiasmados con su enseñanza, que sería un crimen si los abandonara en aquellos momentos. Con ellos, él también se sentía complacido y, con lo que los padres le aportaban por la enseñanza, podía pagar el alquiler de la casa y los servicios de María.

 

Vicente se entrevistó con el alcalde y, en su visita, le sugirió lo necesario que sería para el país poder disponer de una biblioteca entre otras cosas, también importantes para los mayores.

Para ello fueron destinados unos locales del Ayuntamiento, desocupados hasta entonces, y en tres meses fue inaugurada, con el éxito asegurado.

 

Después le siguió la abertura de escuelas, centros de recreo para niños y ancianos, cines, teatros, discotecas, etcétera. También llegó la telefonía, los móviles e Internet y se hicieron cursos de informática. Llegó lo último en químicas y tecnología por lo que en cuestión de poco tiempo, el país de la ignorancia se había puesto al mismo nivel de otros países perdiendo con ello todos sus encantos naturales.

 

Piedad Martos Lorente.

 

 

Octubre 2013.

4 comentarios:

Piedad dijo...

Hola, amigas.

Hoy he cambiado de tema y os dejo este cuento aunque un poco largo y a lo peor os cansa leerlo. Pero he querido compartirlo con todo/as vosotro/as.
Por algunas cosas me gustaría vivir en un país así, en el que no se conociera la maldad ni nada por el estilo... Por unas cosas iría bien y por otras no tan bien. Pero solo es un cuento sacado de la fantasía.

que tengáis feliz semana.

Abrazos.

rosa mis vivencias dijo...

Piedad es cuento me ha encantado, en ocasiones los cuentos deberían hacerse realidad y este es uno de ellos, ojala ese país existiera.

Sigue escribiendo aunque sean cuentos de fantasía tan bonitos como este.

Abrazos.
Rosa.

Conchi dijo...

Hola, Piedad. Hay cuentos cortos y cuentos largos, pero lo importante es que ellos tengan el poder y la magia de transportarnos. Tú eres capaz de conseguirlo con los tuyos.
Te digo como Rosa, sigue escribiendo.
A veces no podemos pararnos a leer porque vamos con prisa, pero deberíamos hacer un alto, dejar todo y leer estos cuentos tuyos.

Te mando un fuerte abrazo
Conchi

Marina-Emer dijo...

mi querida amiga...gracias por acordarte de mi .he estado muy mal 2 meses justos ,me cai en la ducha y casi me mato ,me inyesaron todo un brazo 45 dias y ahra en recuperación me hacen un daño terrible asi que estoy mal cariño.
Deseo que pases felices dias festivos y cuando quieras sabes que nunca te olvodo
besossssssssssssss
Marina