La fantasía no me falta, jajaja.
*
EL HIJO DEL VIGILANTE
****
Jesús era un niño de cuatro años de edad que vivía con sus padres, Juan y Mercedes. Le pusieron el nombre de Jesús porque nació el día de nochebuena y, como era tan bonito… ¡parecía un niño Jesús recién nacido! Sus padres estaban tan felices que daban gracias a Dios por el regalo tan grande que habían recibido. El nacimiento de su hijo… El tesoro de su vida. Era sangre de su sangre y amor de sus amores.
Juan y Mercedes tenían razón. Jesús era un niño muy bonito, alegre y simpático, que se ganó el cariño de todos aquellos que lo conocían. Tenía el cabello rubio y rizado. Sus ojos azules desprendían la luz que iluminaba la casa y, la sonrisa de sus labios la llenaban de alegría.
Juan trabajaba en un museo de cera como vigilante y encargado del mantenimiento del local. Su vivienda estaba adosada al museo por la parte trasera. Se comunicaba con el edificio a través del jardín interior de la casa.
Cuando no tenía colegio, Jesús se escapaba de su casa y se iba con su padre a su puesto de trabajo. Juan le advertía:
-Pórtate bien y no me hagas enfadar. Si mi jefe te encuentra por aquí, me puede despedir y entonces perdería mi trabajo. Y si pierdo mi trabajo no tendremos dinero, y si no tenemos dinero, no podremos comprar comida, ni tú tendrás juguetes. ¿Entendido?
-Sí, Papá.
-Si vienen turistas, quédate inmóvil, como esas figuras de cera. No respires ni parpadees siquiera.
-Sí, papá.
El niño correteaba por los pasillos entre personajes y personajes, fijándose en cada posición de las figuras imitándolos de igual forma.
Un día de verano, Jesús se bañaba en una piscina inflable que su padre había instalado en el jardín. A pesar de que le gustaba mucho el agua, pensó buscar entre sus juguetes alguna cosa que le entretuviera, al tiempo que se refrescaba. Así pues, removió los cachivaches de una caja y cuál fue su sorpresa, al encontrar en su interior una flecha que atravesaba un corazón. Ya no recordaba aquel objeto, complemento del disfraz de cupido con el que se disfrazó el año anterior.
Loco de alegría por su hallazgo, se introdujo en el pasillo que conducía al museo con el fin de enseñarle a su padre su nuevo juguete. Entró en la sala como un torbellino, pero al instante quedó inmóvil al oír voces desconocidas. Recordó la advertencia de su padre y con la flecha en sus manos, desnudo y descalzo, se quedó plantado en una esquina del pasillo como una estatua sin apenas respirar ni parpadear. Desde allí observó cómo un grupo de gente se acercaba hacia donde él estaba. Al parecer, todos eran miembros de una sola familia.
-Mira, mamá, ¡un cupido! Dijo una joven adolescente.
-No grites, niña, que nos van a llamar la atención –dijo la madre.
"¡Arrea, ya me han visto! Si me descubren estoy perdido, entonces… mi padre… ¡No tendremos dinero ni me comprarán juguetes!" –pensó el pequeño al verse sorprendido.
-Es verdad, está allí, ¿no lo ves? ¡Está apuntando con la flecha hacia mí! ¡Eso quiere decir que aquí está el amor de mi vida!
-¡Pero qué tonterías estás diciendo, hija!
El niño sigue en la misma posición deseando que la familia desaparezca lo antes posible.
"Ay, ay, tengo ganas de hacer pipí y me parece que me lo voy a hacer encima" –se decía el niño, reprimiendo las ganas de salir corriendo.
-Mamá, yo quiero ese cupido.
-No seas caprichosa y calla. Pareces una niña pequeña, en lugar de una mocita.
"¡Qué pesada es… y yo me estoy haciendo pipí!"
-Pero es que no ves, mamá, que bonito es. Parece que me mira y me sonríe.
"¡Y dale otra vez con lo mismo! Que me me…ooo."
A pesar de su esfuerzo, el pequeño ya no pudo aguantar más y dejó escapar un hilito suavemente por su miembro viril, que ante la mirada de la muchacha, salió de entre sus piernas dispuesto a regar el suelo formando un arco como el de cualquier surtidor.
El resto del grupo observaban atentos algunos personajes importantes que habían llamado su atención, ignorando la presencia de Jesús. Mientras, la muchacha seguía insistiendo que quería aquel cupido.
-No insistas, hija. Esto no es una tienda en la que se puede comprar su contenido. Es un museo, así que compórtate como una señorita.
-Ya sé que es un museo. Pero ese cupido es especial y yo lo quiero. Ha hecho pipi y todo.
-¿Cómo que ha hecho pipi?
-Sí, bueno, creo que era pipi… ¿Volvemos a verlo?
-Ya lo hemos visto.
-Pero…
-No hay peros que valgan –respondió la señora bruscamente, cansada ya por la actitud de su hija.
Si el grupo se hubiese vuelto, no habría podido comprobar lo que la joven afirmaba. Cuanto Jesús se vio libre de aquellos ojos, se escapó corriendo por donde había venido. Dejó la flecha en la caja de los juguetes y con aquella sonrisa simpática, se metió en la piscina como si no hubiera ocurrido nada.
*****
Piedad Martos Lorente
1 comentario:
Que vivencias mas chulas podía vivir Jesús, nada menos que en el Museo de Cera, y siempre obediente jeje. Un abrazo
Publicar un comentario