jueves, 17 de septiembre de 2015

EL AMOR PUEDE CON TODO, PRIMERA PARTE.

EL AMOR PUEDE CON TODO

 

Han pasado muchos años desde aquel fatídico día en el que Elvira estuvo a punto de perder la vida. Su coche colisionó contra otro vehículo que circulaba en dirección contraria conducido por un joven ebrio después de una noche loca.

Elvira recuerda, en silencio, el momento del accidente, sin poder sacar de su memoria el trágico golpe en el que se vio envuelta en cuestión de segundos entre un montón de chatarra.

Varias horas tardaron para sacarla de aquel amasijo de hierros y carrocería retorcida, aunque para ella, las horas no contaban ya que después del golpe perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, al tercer día, se halló en la UVI del hospital de su ciudad, conectada por mediación de cables a un montón de máquinas, las cuales hacían el funcionamiento de sus órganos dañados.

Ya no se temía por su vida, pero su estado seguía siendo grave.

 

Recuerda tal día como hoy, 28 de noviembre, cuando la llevaron a planta y encontró, en la habitación que le había sido asignada, un gran ramo de rosas rojas que le daban la bienvenida a su nueva vida. Un sobre blanco sujeto con una minúscula pinza colgado del lazo que adornaba las rosas, esperaba para ser abierto. En su interior, una tarjeta manuscrita decía: "Tú conmigo y yo contigo, en lo malo y en lo bueno siempre unidos".

Con lágrimas en los ojos, Elvira miró a Fernando que, en pie junto a la cama, aguardaba a que ésta le sonriera al finalizar la lectura de la dedicatoria.  Pero la sonrisa quedó ahogada entre sollozos producidos por la emoción y la tristeza de saberse inútil.

Fernando, su marido, la rodeó con sus brazos y la estrechó junto a su pecho mientras le acariciaba con una mano el cabello, desordenado por el tiempo que llevaba en la cama.

-Mientras Dios me dé fuerza no te va a faltar nada, yo seré tus pies y tus manos. Tu vida será mi vida porque yo viviré para ti.

-Y yo lucharé por ti, por tu amor y por la bondad que desprendes, porque no quiero ser una carga para ti. Lucharé sin cesar hasta que vuelva a andar de nuevo y mis brazos recuperen las fuerzas perdidas.

Elvira seguía llorando entre los brazos de su marido, pensando en lo duro que sería su porvenir. A partir de ese día, iba a depender de una silla de ruedas y de la ayuda de Fernando, el cual estaba dispuesto a cualquier cosa por tal de verla feliz, de volverla a ver sonreír con aquella alegría que le caracterizaba.

 

Después de quince años, ella se había acostumbrado a vivir con su minusvalía y a hacer casi todas las labores de la casa, aunque eso sí, siempre con la ayuda de él. Su lucha constante por superar los obstáculos la obligaba a salir de casa todos los días para asistir a las clases de un fisioterapeuta. Gracias a los ejercicios que este le hacía y a la ayuda de dos muletas, había abandonado la silla de ruedas, motivo más que suficiente para estar contenta. Pero había algo dentro de sí que la inquietaba, que enturbiaba su alegría.

 

Desde hacía días, Elvira observaba a Fernando y veía en él un comportamiento extraño que no era habitual. Tenía la mirada ausente, perdida, triste... O tal vez es que a ella se lo parecía. Pero no, lo observaba cada vez con más cautela y lo veía entorpecido mentalmente. No por eso, él no dejaba de cuidarla, siempre pendiente de ella.

Un día, Elvira acudió a su centro de rehabilitación como de costumbre acompañada por su esposo. Él le dio un beso y se despidió hasta la hora de la salida.

Para hacer más corta la espera, Fernando se fue a dar una vuelta por los alrededores del local. Pensando en sorprenderla, entró en una floristería y  compró la rosa más hermosa que halló y, con ella en las manos, salió del establecimiento.

 

Al finalizar la hora de rehabilitación, Elvira abandonó el centro ansiosa por reunirse con su marido y compartir con él la alegría que sentía por el progreso de los últimos días.

Una vez en la calle buscó con la mirada a Fernando, pero éste no se hallaba en el lugar acordado. Se sentó en un banco desde el cual veía la entrada al centro y decidió esperar a que él llegara. Seguro que se habría encontrado con algún amigo y estarían tomando una cerveza, por lo que no podía tardar mucho.

 

Era invierno y, a pesar que iba bien abrigada, el frío del asiento de madera le había llegado a los huesos. Cogió el móvil y marcó el número de su marido, pero nadie contestó a su llamada, así que  se puso en pie y empezó a andar con dificultad. La tarde se había cerrado en noche y allí no podía quedarse hasta que él volviera. ¿Dónde estaría? ¿Le habría ocurrido alguna cosa? No, no podía ser, si le hubiese pasado algo la hubieran llamado al móvil. Seguro que se habría entretenido con alguien sin darse cuenta de la hora que era.

 

 

(Sigue)

1 comentario:

Piedad dijo...

Bueno, amigas y amigos, hoy vuelvo con otro cuento en dos capítulos, para que no se haga pesado.

El 21 de este mes se celebra el día internacional del Alzheimer y con ese motivo escribí este relato.

El lunes podreis leer la segunda parte.

Gracias por dejar vuestra huella.

Yo os dejo un fuerte abrazo.